LA OBSERVACIÓN Y EL LOGRO
Manuel Pérez-Petit

Normalmente el cronista se pregunta en tanto observa, y es que esto forma parte de su estar y de su ser en esto de vivir, y es que ya sabe –a base de haberse ido enterando- que la experiencia y la diferencia se hallan en todas partes, que andan por caminos que van de lo universal a lo concreto, que sin su presencia real y efectiva en medio del mundo, en el mismo mundo, frente al mundo, contra el mundo o en cualquiera de las maneras imaginables e/y/o inimaginables que puedan existir, todo sería otra cosa, no lo que conocemos, y así la vida es una interminable lista de preguntas que, a veces, no tienen respuesta pero que siempre determinan lo que ha de hallarse, más allá de los calendarios, en los territorios para los que aún no se han fabricado los relojes adecuados. Y en este camino, a veces –sólo a veces, menos mal- se llega a lo que de común y entrañable tenemos todos –sin excepción, querámoslo o no, y está sin escribir el por qué de esto en el Libro de la vida- los seres humanos, la experiencia y la diferencia se transforman en humus y revierten como lluvia en nuestras propias existencias. Y tampoco tendríamos por qué celebrarlo por todo lo alto como un triunfo de nosotros mismos, sobre todo porque no se sabe dónde está la clave de tanta magia.

La capacidad de observar es netamente humana: se observa lo que se puede, en la misma medida que no siempre que se mira se ve. La clarividencia –aquella virtud que proviene de ver, no de mirar, mediante la cual cualquier ser humano podría ir más allá de la mera visión de las cosas que le rodean y extraer verdades que no existen al alcance de los ojos- es una posible –sólo posible- consecuencia de la capacidad de observación de cada uno. Y en ello está probablemente la clave del logro, en la mirada. Como en Rembrandt o como en Rilke, el artista ve y mira y observa y saca sus propias conclusiones y da en la diana haciendo cosas que no existen pero que por su propia naturaleza existen más aún que cualquiera de las cosas ya conocidas de antemano. Y Antonio Alvarado está ahí, bebe de las mismas fuentes y emerge del mismo modo. Parece que no existiera, que nunca hubiera estado, pero de sus manos nace auténtico fuego, y el fuego –ya se sabe- es uno de los elementos básicos y claves de la vida. Es sugestivo y sorprendente, porque en esto de vivir cada uno su propia vida Antonio, como si llevara una armadura y a la vez estuviera en carne viva –parece frío y hasta quizá, en algunas ocasiones, frívolo, pero en nada es nada de esto-, posee una clave propia: se rebela, vive, mira, escudriña, descompone, encuentra, crea y pasa por encima, haciéndose poseedor de muchas claves, de aquello que hace de la propia existencia algo en que se lastima todo tantas veces. Parece que no existiera pero está. Nadie que lo viera por la calle diría: “Ahí va un artista”. No tiene pose. Está más por dentro que por fuera. Es, lo cual ya es bastante. Tiene la capacidad de hacer inmutables muchas cosas. Ha descubierto la clave que sobrevivirá al hombre y al mundo: tiene la cabeza llena de algoritmos matemáticos y afectos perdurables.

Antonio Alvarado es así, en persona y, sobre todo, en su obra. Indaga en códigos, opiniones, sensaciones y pócimas, y halla claves y desentraña en su tarea no demasiadas pocas cosas. No en vano, va y nos dice: “El entorno que nos rodea distorsiona la realidad”, desvelándonos la clave de su motor esencial de búsqueda. Puede resultar inverosímil pero es real. Y así, tiene la capacidad de llegar al logro, lo cual hoy ya no está al alcance de cualquiera. Y esta capacidad, que es hija directa de la observación, se traduce en una sencillez de formas y silencios, que aunque no es inaudita –pues nadie crea de la nada- tiene la virtud en Antonio de hacerse cosa, objeto, llave, cosa trascendente impregnada de la inmanencia de lo que de común, nuevo y antiguo y entrañable tenemos todos.


Texto escrito para el catálogo de la exposición:
LOS CÓDIGOS DEL BOSQUE · Centro Cultural Villa de Móstoles. Móstoles.España
1 de diciembre de 2005 a 8 de enero de 2006.