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La revelación de los destinos de la humanidad, que constituye el
Apocalipsis, parte de una visión inicial de un Dios que reina en
el cielo, dueño absoluto de los destinos humanos, y que entrega
al Cordero el libro que contiene el decreto de exterminio de los
perseguidores.
La
visión prosigue con el anuncio de una invasión de pueblos bárbaros
a la que suceden, por su orden, la guerra, el hambre y la peste;
pero los fieles de Dios (los infieles para Alá, por ejemplo) serán
preservados en espera de gozar del triunfo del cielo. Sin embargo
Dios, que quiere la salvación de los pecadores, no va a
destruirlos inmediatamente, sino que les enviará una serie de
plagas para prevenirles, como lo había hecho con Faraón y los
egipcios 8-9. Esfuerzo inútil: a causa de su endurecimiento, Dios
destruirá a los impíos perseguidores, 17, que trataban de
corromper la tierra induciéndola a adorar a Satanás (alusión al
culto de los emperadores de la Roma pagana); siguen una lamentación
sobre Babilonia (Roma) destruida, 18, y cantos triunfales en el
cielo.
Esta
gran epopeya del cristianismo en un mundo mal repartido en el que
la religión ha sido, y es, excusa perfecta para perseguir a lo
diferente, sirve a Loc, Marta Albarrán, Nouamán Aouraghe y
Antonio Alvarado como arma de doble filo, punto ambivalente de
partida para una lectura del panorama internacional cuyo acierto,
y perversidad, es que conjuga desde la plástica y la gestualidad
niveles de coherencia y ambigüedad propios del texto bíblico.
Los
artistas no nos dejan claro si los bárbaros son los asaltantes de
Babilonia, Roma o Nueva York, o si por el contrario son estas
luminarias dominantes las que con su aplastamiento sociocultural y
económico de los pueblos alientan su insurrección. Tampoco si es
en la provocación o en la agresión donde empiezan las guerras
santas, o si la sobrealimentación de una minoría se sostiene
sobre el hambre del resto en esta inmensa pecera esférica llamada
planeta azul en la que el pez grande se come al chico, o en la que
los débiles se unen para devorar a los tiburones pero a costa de
convertirse en pirañas que al engordar correrán igual suerte.
Los revolucionarios arremeten contra los tiranos pero se convertirán
en tiranos contra los que habrá que revolverse. La peste genera
cadáveres que a su vez generan peste.
Poder
y contrapoder son quizá caras de la misma moneda, como Ormuz y
Arimán, el Yin y el Yang, Dios y Satanás. Luces y sombras
contrarias por complementarias que sólo se pueden dar a la par y
bajo condena de alternancia.
“20
x 4” es una invitación a la reflexión sobre los fuertes y los
débiles, los pacíficos por ricos y sobrealimentados y los
agresivos por pobres y hambrientos, la salud y la enfermedad
individuales y sociales. Sin justificar en modo alguno la
violencia, nos sitúa para observar otras violencias invisibles
pero no menos nocivas.
Loc
nos revela el galope del primer jinete apocalíptico, las fieras
de la tierra, como el “terrorismo de estrato o de estado” ya
sea de piraña o tiburón; Albarrán se ocupa de la guerra y de
sus eufemismos, de los rabiosos que llaman “cruzadas o guerras
santas” a sus masacres asesinas; Aouraghe predica el hambre de
paz y cultura para combatir con caña, y no con peces, al tercer
jinete del hambre y la injusticia, y Alvarado indaga los aspectos
de la realidad, las realidades con que se camufla lo real y cómo
los anteriores jinetes irrumpen en nuestro entorno transformados
en imágenes o espectros de pantallas de televisión u
ordenadores, espejismos de un desierto sin profetas. Desde
la cúspide de los zigurats babilonios, las torres romanas o los
rascacielos neoyorquinos, los dioses vigilan para que no les
sorprendan las sombras que los identifican con la bestia apocalíptica.
Los artistas evangelizan sus delirios.
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